Pispicia latina Vs. Disciplina japonesa

Juan Carlos Londoño

Juan Carlos Londoño Sierra
Gerente Go Route

Si bien el término aún no aparece en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) y al buscarlo en internet aparece como un modismo chileno que significa “perspicacia”, pispicia es también una palabra utilizada por nuestros abuelos y que seguramente los estudiosos de la lengua llamarían arcaísmo, o una palabra en desuso. Otra forma de abordar el significado de la palabra podría ser el de una cualidad que muchos valoran porque habla de la astucia, la capacidad, la creatividad o la inteligencia de la persona y que se cataloga como malicia indígena y que hasta se confunde con lo que un millennial llamaría ser muy “pilo”.

Este tema fue abordado hace un tiempo por Yokoi Kenji Orito Diaz en uno de sus muy difundidos videos en Internet y, sin pretender alcanzar la popularidad del orador y youtuber, sí quiero retomar la idea con el propósito de ponerla en el contexto actual y hacer una reflexión sobre la pregunta que corre actualmente en más de un grupo de WhatsApp: ¿será que si seremos mejores después de pasar esta pandemia?

Aunque pispicia, como palabra de la jerga cotidiana no está en uso, la práctica de esta sí está en pleno apogeo. No es sino ver la iniciativa que tuvo recientemente una familia para trasladarse en medio del aislamiento social decretado por el Gobierno Nacional. Según informó el Canal de Noticias RCN, “el vehículo salió del departamento de Nariño y pasó por Rosas, Popayán, Cali, Armenia, Pereira, Manizales y luego por La Pintada hasta llegar a Medellín, Girardota, Yolombó y Vegachí, a tan solo un kilómetro de su vivienda”.

Este tipo de comportamientos son los que hemos venido cultivando de tiempo atrás y que han hecho carrera en nuestra cultura latinoamericana. Recuerdo una situación que en su momento me pareció graciosa, y que hoy es fiel reflejo de lo que digo frente a nuestra cultura latinoamericana: años atrás, en un desplazamiento entre dos estaciones del metro de Tokio, discutía con un compañero de clase, de origen mejicano, sobre el número de estaciones que debíamos pagar para llegar a nuestro destino (en el metro en Tokio se paga por la cantidad de estaciones recorridas).

La discusión la gano él y pagamos lo correspondiente a un número “x” de estaciones. Cuando salimos de la estación de destino vimos el aviso del Tkashimaya Times Square y el “Empire State” japonés (NTT Docomo Yoyogi Building) ante lo cual, con algo de asombro y mucho acelere, le dije a mi colega como la mamá al humorista Andrés López: “¡se le dijo!”.

Estábamos en la salida de la estación Shibuya y nuestro destino era una estación más. Sin pensarlo dos veces mi amigo mejicano dijo “pues entremos de nuevo y tomamos el metro una estación más”.¡Sí!, pero nos toca pagar otra vez” dije yo, ante lo cual, y con toda la pispicia del caso, me dijo: “entremos, que solo es una estación, y no hay guardia en la puerta” (cosa bien usual en cada salida de estación). Pues, al final, terminamos de nuevo en el metro como cual estudiante colao en Trasmilenio. Inteligentes ¡no?

Contrariamente, y en esa misma experiencia transoceánica, la primera noche preguntamos si había algún lugar comercial cerca de nuestro lugar de alojamiento y, en medio del camino, nos encontramos un cruce de vías férreas de una de las múltiples líneas del metro de la ciudad. En tanto no vimos nada anormal procedimos a cruzar, e inmediatamente se escuchó una voz por cualquier especie de altoparlante que, claramente, nos regañaba. Por supuesto no entendimos “ni jota”, pero sí entendimos que nuestro comportamiento debía ser diferente en esas latitudes.

Retomemos el propósito mencionado de este escrito. ¿Cuántas voces hemos escuchado en nuestros espacios de vida cotidiana, dándonos las señales de alerta como aquel operador del metro de Tokio y hemos hecho caso omiso? Tenemos un margen de tiempo al estar confinados en nuestras viviendas para pensar en cómo debiera ser nuestro comportamiento, nuestro aporte a la empresa en la que laboramos, nuestra actitud social.

Permanentemente nos vemos enfrentados a inquietudes y reflexiones de los líderes de las organizaciones sobre cómo lograr que las personas de la empresa se apropien de las estrategias de la misma, utilicen los elementos de protección personal y apropien y pongan en práctica los estándares de operación para garantizar el resultado de su labor, entre otros ejemplos habituales.

Es hora de hacer un alto en el camino y validar como vamos a actuar a partir de ahora. Es la oportunidad para, individualmente, encontrar razones de peso para nuestro diario caminar. Debiera ser esta la oportunidad para pensar en el otro y entender que en cada actuación tenemos la posibilidad de aportarle al otro sin pretender con esto obtener beneficios a cambio. Es hora de rescatar valores perdidos en el tiempo que nos permitan hacer las cosas por convicción, por sentimiento, por honor como ocurre con los japoneses de los que hablaba.

Que bueno que cada uno nos preguntáramos qué puedo cambiar para hacer de este un mundo mejor o, tal vez, y para no sentir mucho peso sobre los hombros, preguntarnos qué puedo hacer para tener una mejor empresa, una mejor familia, una mejor ciudad, un mejor entorno.

Estas son reflexiones de cuarentena que dejo a consideración y que aspiro puedan servir como punta de lanza para generar conversaciones al respecto.

3 comentarios en «Pispicia latina Vs. Disciplina japonesa»

  1. Que buen escrito Juan.

    También leo y veo mucho a JKD. (como se firma él) y me parecen buenísimas sus anécdotas, ¿Que tal si aprendieran os un poco de ellas?, como él mismo expresa, “Los Japoneses no son más inteligentes que los Colombianos, tan sólo son más disciplinados”

    Un abrazo!!

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